Porque últimamente me ha dado por echar de menos la calma y tranquilidad, el silencio y el verdor, el fresco y la humedad, y los sonidos y olores de la naturaleza, ahí va un post sobre unos bosques que, sin lugar a dudas, son la máxima expresión de todo ello:
Imagina que estás caminando por una
cuesta pedregosa, de espaldas al mar, bajo un sol de justicia, el
polvo y el sudor picándote en los ojos. Imagina una pareja de
cernícalos (Falco tinnunculus) volando a tu derecha,
silenciosos, quietos, como colgando de un hilo. Imagina el olor
dulzón de las chumberas (Opuntia spp.), los chirridos de las
cigarras (Cicadidae) y un lagarto tizón (Gallotia galloti)
tomando el sol en una piedra negra. Calor, vaya. Calor de aquel de
ondular el aire y hacerte desear una sombra más que nada en este
mundo. Imagina que tú, biofriki imperturbable, sigues subiendo por
la cuesta, sabiendo que pronto llegará tu recompensa. Te paras un
momento y te das la vuelta, para admirar las vistas. A fin de
cuentas, a pesar del calor, el espectáculo vale la pena: al fondo un
mar azul oscuro, profundo, unas rocas negras de lava y ceniza y,
entre ellos, el blanco de la espuma y el verde de las algas.
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Tabaibas y cardones entre la lava |
Las
islas de tabaiba (Euphorbia balsamifera) y los faros de cardón
(Euphorbia canariensis) rompen de verde la monotonía del
negro mar de rocas. Las hojas carnosas de los Aeonium creciendo en
los lugares más insospechados, el aroma del romero marino (Campylanthus salsoloides),
y, a la derecha, plataneras derramándose por la ladera, casi hasta
tocar el agua. Una vista, en fin, que te podrías quedar mirando
horas y horas, pero el sudor escociéndote en los ojos te recuerda
que tienes que seguir subiendo.
Petirrojo en la laurisilva |
Pinzón vulgar |
Ahora
ya llevas más de una hora de camino, y el calor de hace un rato
parece un recuerdo muy lejano. Una espesa cobertura de hojas de
laurel (Laurus novocanariensis) o til (Ocotea foetens), barbuzano
(Apollonias barbujana) y acebiño (Ilex canariensis), te protegen del
sol de mediodía. Entre el verdor destacan claramente en blanco las
inflorescencias del follao (Viburnum rigidum) y los troncos
del paloblanco (Picconia excelsa).
Caminas con cuidado, en
silencio, para no asustar a la fauna, y con la esperanza de poder
observar una de las especies de aves más esquivas y asustadizas, la
paloma turqué (Columba bollii), endémica de las islas y
residente permanente de los bosques de laurisilva.
El
camino es ahora estrecho y tortuoso, ramas y raíces de árboles
dificultan el avance, siempre subiendo. A medida que vas ganando
altura, la temperatura sigue bajando, y la humedad subiendo. Ya no
hace sol, ni siquiera por encima del techo de verdor de las copas de
los árboles. Una densa nube blanca cubre la ladera. Caminas mirando
al suelo, buscando bichos, esquivando ramas, cuando de repente, algo
capta tu atención: un montoncito de plumas, algo de sangre, un par
de huesecillos... los restos del desayuno de un gavilán (Accipiter nisus).
Restos del desayuno de un Gavilán |
Rebuscas entre las plumas hasta encontrar las timoneras
(las de la “cola”) y por la franja blanca justo en el extremo
deduces que una desafortunada paloma rabiche (Columba junoniae)
ha tenido la desgracia de servir de plato principal. Bueno, no puedes
decir que has visto una de las dos especies de paloma endémicas de
canarias, pero casi.
El
paisaje está volviendo a cambiar. Vuelves a ver el cielo, otra vez
azul, el sol en lo alto. Cada vez hay más claros entre los árboles,
ya no laureles, sino follaos, fayas y brezos, y entre ellos los pinos
canarios (Pinus canariensis)
Pinar de pino canario |
van ganando protagonismo. En una
hora de camino has dejado atrás por completo el monteverde, y te
encuentras en pleno pinar. El camino se ha hecho más plano, y gira a
la derecha, hacia un mirador colgado de la ladera. Desde allí,
mirando abajo, puedes ver el mar de nubes por encima de la cubierta
de árboles que acabas de atravesar. Lo has visto cientos de veces,
entiendes cuando y por qué se forma, y aun así no deja de
sorprenderte el que puedas ver las nubes desde arriba, casi como si
pudieras saltar y sumergirte en ellas. La vista a tus espaldas no
tiene nada que envidiar a la que se extiende ante tus ojos.
Imponente, el Teide se eleva a casi 3800 m sobre el nivel del mar, y
sólo con mirarlo uno recuerda todo el poder y la fuerza que contiene
en su interior, todavía vivo. Podrías estar horas mirando, tanto
hacia arriba como hacia abajo, pero la subida ha tenido su telita, y
te mueres por una cerveza fresquita, así que te diriges, por la
carretera que lleva hasta el mirador, al pueblo más cercano, donde
una buena Dorada y una tapa de queso de cabra canario ponen la guinda
a una mañana que no podría haber sido mejor.
Banda sonora del post: http://youtu.be/ZQlyArsXvTY
http://youtu.be/TsageucZt6M
http://youtu.be/FzvGnd9iwuY
Preciosa entrada Virginia! Me alegro mucho de que hayas participado en el @biocarnaval. Muchas gracias! ;)
ResponderEliminarpero que grande eres!! y que biofriqui tambien!! jeje te doy un 11!
ResponderEliminarOihane
Gracias Carlos! Ha sido un placer, como siempre!
ResponderEliminarOijane!!! Gracias profe!! :D
Un saludo desde Suecia!
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